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La Agricultura de Conservación: Un sistema de producción esencial para asegurar la sostenibilidad de los ecosistemas

By 29 julio 2025No Comments

En la actualidad, abordar la sostenibilidad agrícola requiere un enfoque multidimensional que considere simultáneamente los aspectos medioambientales, sociales y económicos. Este equilibrio es clave para garantizar el bienestar de la sociedad y mantener una agricultura rentable, competitiva y adaptada a las condiciones agroambientales locales, frente a los crecientes desafíos agronómicos que se presentan.

Introducción
Una de las principales estrategias para avanzar hacia una gestión más sostenible de los recursos agrarios es la adopción de la Agricultura de Conservación (AC). Este sistema se basa en tres principios fundamentales: la mínima alteración del suelo (evitando el laboreo tradicional), la cobertura permanente del suelo con restos vegetales o cultivos vivos, y la rotación/diversificación de cultivos. La combinación de estos elementos proporciona beneficios económicos, sociales y ambientales que justifican su reconocimiento como un modelo de manejo agrícola sostenible.

Asimismo, la AC se implementa en todos los continentes y en diversas zonas agroecológicas, abarcando regiones templadas, subtropicales y tropicales, lo que lo hace un sistema altamente adaptable independientemente de los factores edafoclimáticos o de cultivo. A nivel mundial, la AC se practica en aproximadamente 80 países, cubriendo más de 180 millones de hectáreas (el 12,5% de la superficie agrícola cultivable mundial). Hasta el año 2015/16 la adopción regional de la AC es la siguiente (Kassam et al., 2019):

Sudamérica: 69,9 millones de hectáreas (38,7% del área mundial bajo AC), lo que representa el 63,2% de la tierra cultivable de la región.
Norteamérica: 63,2 millones de hectáreas (35,0%), principalmente en Estados Unidos y Canadá, lo que equivale al 28,1% de la superficie cultivable regional.
Australia y Nueva Zelanda: 22,7 millones de hectáreas (12,6%), representando el 45,4% de la tierra cultivable de la región.
Asia: 13,9 millones de hectáreas (7,7%), lo que corresponde al 4,1% de su tierra cultivable.
Resto del mundo: 10,8 millones de hectáreas (6,0%), incluyendo Rusia, Ucrania, Europa y África, con tasas de adopción del 3,6%, 3,2% y 1,1% respectivamente sobre su superficie agrícola total.
En España en 2024 (ESYRCE), los sistemas de AC cubren aproximadamente 3,6 millones de hectáreas (1,3 millones de ha en siembra directa y 2,3 millones de ha con cubiertas vegetales), lo que supone aproximadamente un 21% de la superficie cultivable total.

Sostenibilidad en términos económicos
Desde la perspectiva económica, la AC se ha consolidado como una alternativa viable y sostenible frente a los sistemas convencionales basados en el laboreo. Su viabilidad económica viene avalada fundamentalmente por la reducción de costes de producción, el mantenimiento o mejora de los rendimientos y la mejora de la eficiencia en el uso de insumos, que a la postre suponen un incremento de los márgenes brutos.
En términos de costes de producción en sistemas de producción agrícola de clima mediterráneo, diversos estudios han comprobado (Serrano et al., 2008; Moreno et al., 2010; Sánchez-Girón et al., 2007) como la implantación de siembra directa reduce los costes fijos en valores próximos al 25% respecto al laboreo convencional y al 5% respecto al mínimo laboreo. Asimismo, los costes variables por también se ven reducidos en porcentajes aproximados de un 5% con respecto al laboreo convencional y un 3% con respecto al mínimo laboreo. Esta reducción de costes viene provocada principalmente por la disminución en el uso de combustible, al suprimir todas las operaciones mecánicas que se realizan sobre el suelo.

Los beneficios de la AC no dependen de una sola práctica, sino de su implementación como sistema integral, lo cual es esencial para mantener la productividad agrícola de forma sostenible.
Prestando atención en los rendimientos de cultivos dichos estudios indican que, en general, esta puede mantener e incluso mejorar los rendimientos agrícolas a medio plazo, aunque los resultados dependen del tipo de cultivo, el manejo del rastrojo y las condiciones del suelo. En cultivos de secano, como los cereales en zonas mediterráneas, la siembra directa ha mostrado rendimientos iguales o ligeramente superiores respecto al laboreo convencional, con ventajas más marcadas en regiones semiáridas. No obstante, en zonas subhúmedas, puede haber una ligera reducción del rendimiento debido a suelos más fríos y húmedos. En regiones tropicales y subtropicales, el desempeño de la AC también varía según el tipo de sembradora utilizada y las condiciones climáticas, pero tiende a favorecer la retención de agua y la estabilidad de los rendimientos en años secos.

Sin embargo, cuando se integran los tres principios de la AC (no laboreo, cobertura vegetal permanente y rotación/diversificación de cultivos), los resultados son más positivos, sobre todo en climas secos. Estos datos subrayan que los beneficios de la AC no dependen de una sola práctica, sino de su implementación como sistema integral, lo cual es esencial para mantener la productividad agrícola de forma sostenible.

Por tanto y a tenor de los resultados que aportan estos estudios, la AC, especialmente mediante la siembra directa, demuestra ofrecer ventajas económicas significativas frente al laboreo convencional, con mayores márgenes brutos y beneficios netos, llegándose a unos incrementos de hasta el 12% en la rentabilidad, especialmente en explotaciones de gran escala.

Sostenibilidad desde un punto de vista social
La AC no sólo supone beneficios económicos en el sector agrario, sino que también tiene un impacto positivo en el ámbito social. Por un lado, la reducción del número de operaciones que implica la supresión del laboreo conlleva una reducción de los tiempos de trabajo, que permite entre otras cuestiones, favorecer la conciliación de la vida laboral y familiar y la diversificación de actividades agrarias.

Por otro lado, la necesidad de compartir conocimientos ante un cambio de paradigma ha generado mejoras significativas en la organización de los agricultores o el desarrollo comunitario a través de programas de formación. Por último, los beneficios medioambientales y agronómicos que las prácticas de AC suponen para los ecosistemas agrícolas, supone mejoras en la gobernanza de los recursos naturales y en la seguridad alimentaria, respectivamente.

En este sentido, estudios muestran que los tiempos de trabajo en rotaciones cereal/leguminosa bajo siembra directa se pueden ver reducidas en aproximadamente un 50% (Sánchez-Girón et al., 2007). Esta disminución de la carga de trabajo permite, y sobre todo a pequeños productores diversificar sus actividades económicas y aumentar sus ingresos.

Sostenibilidad desde el punto de vista ambiental
La AC es una estrategia clave para la sostenibilidad ambiental de los sistemas agrarios, ya que mejora diversos servicios ecosistémicos como la reducción de la erosión, el incremento de la biodiversidad, la eficiencia en el uso del agua y la mitigación del cambio climático. Su eficacia radica en la aplicación simultánea de tres principios: mínima alteración del suelo, cobertura permanente con restos vegetales y rotación de cultivos.

Uno de los beneficios más destacados es la reducción de la erosión y la escorrentía. Estudios muestran reducciones del 80% en la erosión y del 67% en escorrentía respecto al laboreo convencional (Cárceles-Rodríguez et al., 2022). En zonas semiáridas de España, la disminución de la erosión ha alcanzado hasta el 85% (García-Ruiz et al., 2015), ya que el mantenimiento de la cobertura del suelo evita el impacto directo de la lluvia.

Asimismo, la AC también mejora la estructura del suelo, favoreciendo la estabilidad de agregados que nos son alterados debido a las operaciones de laboreo y el desarrollo radicular. Esto se traduce en una mayor capacidad de almacenamiento de agua y por tanto una mejor gestión del contenido de humedad en el suelo, clave para enfrentar sequías. Junto a estos beneficios, la AC mejora la fertilidad natural del suelo al incrementar la materia orgánica, que mejora la disponibilidad de nutrientes esenciales como nitrógeno, fósforo, potasio y micronutrientes (Cárceles-Rodríguez et al., 2022; Alam et al., 2020).

Debido a la estrecha relación que existe entre la calidad del suelo y la del agua, la AC debido a su mejora de las propiedades del suelo contribuye a mejorar la calidad del agua. La reducción de escorrentía y pérdida de sedimentos hace que disminuya el transporte de nutrientes y agroquímicos hacia ríos y cuerpos de agua (Holland, 2004).

Otro de los aspectos relevantes en cuanto a la sostenibilidad ambiental es la mitigación y adaptación al cambio climático. Existen numerosos estudios en España que han confirmado incrementos significativos de carbono orgánico en suelos bajo manejo conservacionista, con aumentos de hasta el 20% respecto al laboreo convencional (López-Fando et al., 2007; Ordóñez et al., 2007).

Además, la AC reduce las emisiones de CO2 al evitar el laboreo, lo que limita la mineralización de la materia orgánica, llegando a disminuir estas emisiones en comparación con l agricultura convencional en hasta un 75% (Carbonell-Bojollo et al., 2011). A esto se suma el ahorro energético en el que la siembra directa puede reducir un 83,6% las emisiones derivadas del consumo de combustible (Lal, 2004). Así, la AC es una herramienta eficaz y comprobada para enfrentar el cambio climático desde el manejo del suelo.

La AC promueve una notable mejora en la biodiversidad del suelo, la fauna epigea y la avifauna, contribuyendo a ecosistemas agrícolas más sostenibles.
Por último, otro de los aspectos relevantes en cuanto a la sostenibilidad ambiental, es la mejora y conservación de la biodiversidad de los ecosistemas agrarios. La AC promueve una notable mejora en la biodiversidad del suelo, la fauna epigea y la avifauna, contribuyendo a ecosistemas agrícolas más sostenibles.

Un informe realizado por ECAF (Román Vázquez et al.,2023) muestra como la fauna edáfica, esencial para el reciclaje de nutrientes y la salud del suelo, aumenta su diversidad y abundancia bajo sistemas de siembra directa. Organismos como ácaros, nematodos, colémbolos y lombrices muestran incrementos significativos, lo que se traduce en mejores condiciones biológicas y fertilidad del suelo.

Dicho informe demuestra como en la superficie del suelo, la AC favorece la fauna epigea, especialmente artrópodos como arañas, escarabajos carábidos, hormigas y dermápteros. Estos grupos muestran aumentos de población de hasta un 500%, gracias a la mayor cobertura vegetal que ofrece refugio y alimento, lo cual mejora el control biológico de plagas y la estabilidad del ecosistema.

En cuanto a la avifauna, esta también se ve beneficiada por la AC, ya que la ausencia de laboreo y la presencia de cobertura vegetal favorecen la nidificación, el refugio y la alimentación. En parcelas bajo AC se han registrado incrementos de hasta un 300% en la densidad de aves y un 29% en su diversidad. Además, la estructura más compleja del hábitat fomenta la presencia de especies asociadas al suelo.

Finalmente, el informe corrobora que la AC es clave para la conservación de insectos polinizadores como las abejas silvestres, muchas de las cuales anidan en el suelo. Al evitar la labranza intensiva y conservar la cobertura vegetal, se mejora la disponibilidad de hábitats y recursos florales, favoreciendo su supervivencia y reduciendo el impacto económico de su declive.

Conclusiones
La Agricultura de Conservación se presenta como un sistema de manejo de cultivos y suelo integral que contribuye de manera eficaz a reforzar los tres pilares de la sostenibilidad: económico, social y ambiental. A través de la implementación de prácticas basadas en los tres principios de la Agricultura de Conservación, no solo reduce los costes de producción y mejora la rentabilidad, sino que también permite mantener o incluso aumentar los rendimientos en diferentes contextos agroclimáticos. Además, su adopción facilita una mejor conciliación de la vida laboral, fomenta la cooperación entre agricultores y promueve el desarrollo rural mediante el acceso a nuevas tecnologías y formación continua.

Desde el punto de vista ambiental, la Agricultura de Conservación aporta beneficios significativos en la mejora de la estructura y fertilidad del suelo, la retención de agua, la reducción de la erosión y la mitigación del cambio climático gracias al aumento del carbono orgánico y la disminución de emisiones. Asimismo, promueve una mayor biodiversidad en todos los niveles del ecosistema agrario, desde la fauna edáfica hasta la avifauna y los insectos polinizadores, fundamentales para el equilibrio ecológico y la productividad agrícola.

Todo ello posiciona a la Agricultura de Conservación como un sistema clave y eficaz para avanzar hacia una agricultura más resiliente, eficiente y alineada con los objetivos de desarrollo sostenible.

Fuente: interempresas.net

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